Mito: Hay que dejar que los “locos” vivan en su mundo. Ellos son felices allí.
Realidad. Algo absolutamente perturbador es pensar que el paciente psiquiátrico es feliz con sus fantasías, delirios e ilusiones. Al contrario, él vive con total crudeza la terrible desestructuración de su mundo. Y lo vive con un dolor intenso, con temores que se convierten en terror, con agobio, con una profunda depresión, con una vida destrozada en la que priva el sinsentido.
Mito: Existe la idea romántica de que el loco ha traspasado la frontera de la cordura y se convierte en un ser liberado de ataduras mundanas y que puede expresar creatividad y una genialidad inusitada. Se menciona así, la vida de Dalí o Van Gogh, o la alterada existencia de Allan Poe o Dostoievski.
Realidad. El psicótico conoce el infierno, los efectos colaterales de los fármacos, cuando es medicado; la poderosa incertidumbre sobre su futuro, la ideación suicida ante tanto sufrimiento. Aunque parezca incomprensible e increíble, el paciente psiquiátrico, si pudiera haber elegido, preferiría tener cáncer o diabetes, no psicosis. Esto es porque esta psicopatología destruye el sentido del “yo”, la identidad, y el enfermo se percibe como un trapo, como una cosa, no como un ser humano. Esa es su tragedia, totalmente ajena al jolgorio de una realidad “alterna”. No hay libertad ni creatividad. Hay angustia, pesar y deseos de ser aniquilado ante la insoportable monserga de la psicosis.
Mito: La idealización de la psicosis es un hecho contracultural, y así podemos ver movimientos sociales alternativos en donde se exalta lo anti-convencional.
Realidad. Hay grupos de rock que se identifican con la esquizofrenia, a través de prácticas lúdicas como el consumo de hongos alucinógenos, LSD u otros para tener un “viaje” liberador. Por desgracia, vivimos en una sociedad que no ofrece muchas oportunidades de desarrollo personal a las personas y algunas se refugian en la evasión que producen las drogas, el alcohol o los tranquilizantes. Y una acción de gran poder “iniciático” a nivel espiritual es el consumo de alucinógenos, los cuales son precursores reales de una psicosis inmanejable por el sujeto. Con el respeto que merecen esas prácticas, ancestrales en algunos países y que forman parte de ritos de trascendencia, lo real es que una persona particularmente susceptible a las enfermedades mentales “puede quedarse en el viaje”. Lo que se aconseja es la responsabilidad y el cuidado para quienes son adeptos a esos procesos.
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