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Foto del escritorBeatriz Gómez Villanueva

¿Cómo puedo ayudar a mi ser querido, enfermo mental, si él no quiere la ayuda?



Uno de los retos más poderosos que puede vivir el familiar del enfermo psiquiátrico es encaminarlo a un proceso de sanación mental. Las excusas son diversas. En principio, el entorno es poco favorable, pues llegar a la conclusión de que su enfermo tiene un problema de esta índole se logra cuando se han agotado otros “tratamientos”, algunos pseudo espirituales. Para los más familiares más cercanos es doloroso, difícil y agotador saber que su ser amado entra en el orden de las psicopatologías. Sin embargo, cuando se avanza hacia la identificación de la existencia de la enfermedad mental, después de rehuir o negar, el otro gran desafío es que el paciente acepte ser tratado psiquiátricamente. Y ello tiene que ver con el imaginario colectivo, quien denosta, rechaza y margina al enfermo mental. Al tiempo, quien vive la condición le resulta inmensamente terrible suponer que entra en el renglón de los locos. Acercarse a uno de los miedos más ancestrales de los seres, es decir, enloquecer, se conecta con las pulsiones de muerte y destrucción. Pensar que no se tendrá una vida funcional, que sufrirá el estigma social, que perderá  su razón de vida y se derrumbará su estructura ya frágil, es ominoso, cruel e impensable. Sin embargo, la enfermedad ya está arraigada y las fantasías crecen, el ánimo se exalta, las reacciones son absurdas y la desconexión con la realidad es evidente. Desde esta órbita, ¿qué hacer? Un internamiento forzado es una alternativa extrema, pero no siempre factible y, entonces, como familiar, qué queda.

 

Si observamos que el paciente no acepta su condición y rechaza todo tipo de apoyo médico, al menos mientras las situaciones se conviertan en más drásticas para él, la familia ha de desarrollar una alianza entre sus miembros para acompañar a su enfermo, mas no entrar en complicidad ni en permitir ser tiranizada por él. En ese ámbito, la familia es la que habrá de recibir la intervención psicoeducativa para aceptar, reconocer y gestionar la serie de actitudes para propiciar, en el mejor de los casos, que se reduzcan culpas, el dolor y la desesperanza. Con una familia fortalecida, consciente y responsable es más fácil trabajar con el enfermo, a quien se le han de ejercer límites y orientarlos, dentro de lo posible, a generar actitudes más positivas.  La tarea no es sencilla, pero la posibilidad de que la familia se una en conciencia y acuerdos hará que los procesos posteriores, dirigidos al paciente sean consensuados y abordados con firmeza. Una familia y su red de apoyo entregadas a la necesidad de que se hable abiertamente de la enfermedad mental es imperativo en la dinámica sanadora de esos sectores. Esto, óptimamente, habrá de conducir a una alianza de contención y de trabajo mancomunado para favorecer el tratamiento para el enfermo. 


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