La enfermedad mental es un fenómeno innegablemente vinculado a la existencia humana.
Sin embargo, antes de Hipócrates (IV a. C) no existía una conceptualización que describiera a los enfermos mentales. En la época se consideraba que estos estos enfermos estaban poseídos por espíritus benéficos o maléficos, según la entidad que los había “atraído”. Sin embargo, las mayores explicaciones refieren a la posesión demoniaca.
Hipócrates, padre de la medicina realizó una clasificación que describía el fenómeno, con un ánimo de entender el padecimiento. Estableció la locura peuperal, frenitis, manía, melancolía y epilepsia.
Por su parte, Aristóteles (384-322 a.C.) estableció que lo psíquico era anímico y que el alma no estaba separada del cuerpo. Con esta premisa señaló que el trastorno mental provenía de un trastorno físico u orgánico. Más adelante, en el siglo I, Galeno creyó que los aspectos bioquímicos eran sustantivos para entender los procesos mórbidos, si bien no hizo alguna aportación significativa a la comprensión del fenómeno de la enfermedad mental.
La Edad Media fue una época oscurantista y plena de prejuicios respecto a los enfermos mentales. Su pensamiento irracional y supersticioso acercaba a los enfermos a procesos demoniacos. Esto derivó en un trato infrahumano, a la estigmatización del enfermo, a su suplicio y a su destrucción vía la hoguera, en la etapa de la Santa Inquisición.
Ya en el Renacimiento, los conceptos cambiaron y se trató de entender qué pasaba en realidad en la mente del enfermo. Un humanista fundamental, el valenciano Juan Luis Vives, en el siglo XV llevó a cabo toda una caracterización filosófica, jurídica, religiosa y psicológica, la cual otorgaba una manera de identificar y tratar al enfermo con más respeto y humanismo.
Si bien, el pensamiento renacentista fue vital para eliminar la noción del enfermo mental como un ser infrahumano y sin alma, poco antes, se desarrollaron las primeras descripciones de los trastornos mentales. En el siglo XIV surgió la primera institución psiquiátrica, el hospital Bethlem, en Inglaterra, para institucionalizar a los pacientes y observar cuadros psicopatológicos, como la esquizofrenia, la cual aún constituía un misterio que hasta mucho tiempo después fue descrita.
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