Uno de los aspectos más complicados y difíciles de entender es la idea del enfermo de haber dejado de ser un individuo para convertirse en una cosa. En numerosas ocasiones el paciente se siente a la deriva y sin control por las voces que le demandan, le exigen y obligan. En esta situación peculiar e incomprensible para la mayoría se pierde la identidad. Hemos de entender que la identidad personal que se relaciona con una identidad familiar, de género, colectiva, cultural, social y nacional es vital para entenderse como un ser que forma parte de un grupo. Sentirse ajeno a ello es dolorosísimo porque representa una cosificación que convierte al enfermo en un desecho, en un ser sin control de sí mismo, solo sabe que ha de atender las voces pues de lo contrario podría vivir la peor y trágica consecuencia, aunque se ignore de qué se trata. La desesperación es desenfrenada y el psicótico se preguntará, ¿Viviré siempre así? Y en ese punto puede emerger otra visión autodestructiva, la que impone la necesidad de acallar el dolor, vía la agresión hacia sí mismo, e incluso la exacerbación de una tendencia suicida.
La noción de mirarse como un ser inservible, ajeno a cualquier motivación esperanzadora se desarrolla sin tregua, con profundo sufrimiento, con un inmenso vacío. “Hasta cuándo”, dirá. Y la valoración desquiciada conduce a sustentar que su desgraciada vida no tiene ningún sentido. El entramado identitario ya no existe. “Lo mejor será desaparecer, morir, pues ya no aguanto tanto caos, tanto dolor. Estoy deshecho”. Y, en este punto, el paciente cree que su vida es una espiral sin retorno. Cree que jamás volverá a ser como antes, si bien tiempo atrás diversas situaciones lo victimizaron.
El psicótico es una víctima de la más indomable locura, pero él, paradójicamente, victimiza a la familia. Sin buscarlo se convierte en un tirano. Su actitud de adherirse a una frágil línea entre vida y muerte, también lo hace despótico para guardar un orden nacido de su lógica. Los objetos de su entorno no pueden ser colocados en los lugares que “no le corresponden”. Si un florero está en la esquina, el paciente se violenta si alguien lo mueve de lugar. Esto parecería no tener importancia para un ser funcional, pero en la fantasía del psicótico, al menos ese orden, le otorga un mínimo equilibrio.
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