El ser que tiene algunas de las características ya señaladas puede pasar del desconcierto a una actitud defensiva, en la que cree que los demás lo están dañando, que la vida es terrible, que las personas son malas, o incluso, que uno vive tanta vergüenza que se siente culpable de asuntos imaginarios. Se puede sentir víctima de otros o de las circunstancias. Es innegable la sensación de que se vive un profundo dolor, la vida parece ser tormentosa y lejana a oportunidades de crecimiento y esperanza. Emergen las ideas de muerte, pues se piensa que la existencia no tiene sentido y que su vida es una basura. Piensa, si muere, que los demás estarán mejor, pues se siente una carga para la familia y la sociedad. En ese momento llega la ideación suicida, la que puede ser un hecho, como es el caso de algunos enfermos con trastornos bipolares, o una idea fija en otro perfil psicótico.
El enfermo, en una etapa de su proceso, puede tener una honda necesidad de lastimarse. Puede golpear severamente su cabeza o los puños en la pared, aunque más común es cortarse los brazos y las manos. Esto es una catarsis extrema, en la que no hay dolor, pero sí una descarga por toda la frustración, el odio y la vergüenza sentidas. Domina la autodestrucción, y desaparece todo sentido de vida.
Después de todo lo expresado, puede aún resultar incomprensible cómo un ser humano puede llegar a ese nivel de degradación, pero lo cierto es que el paciente psiquiátrico, al sentirse asqueroso para él mismo y para la sociedad, no encuentra ninguna salida. La psicosis es el más terrible de los infiernos en donde dominan el miedo, el dolor, la pulsión de muerte, el terror, la culpa, la fantasía, la paranoia, el odio social, el resentimiento. Piensa que el mundo lo acecha, que las personas y las situaciones están estructuradas para dañarle, por lo que muchos enfermos psiquiátricos sienten que el único lugar seguro es su habitación, el lugar que casi siempre es el más recóndito del hogar.
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